No pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento.
Afuera el griterío era ensordecedor. Las canciones protesta subían en intensidad y Antonio estaba cada vez más nervioso. Volvió a mirar la puerta y luego a su familia. Sus dos tesoros permanecían en una esquina, aterrorizadas.
Se asomó a la ventana y las proclamas se tornaron vítores y expresiones de ánimo, mientras el móvil no dejaba de sonar.
Tocaron al timbre.
A pesar de todo, se haría efectiva la sentencia.