El autobús llegó puntual a la parada de Vía Augusta.
Un niño de pelo rubio acompañado de la que parecía su madre subió al autobús amarillo mientras jugueteaba con un coche de miniatura.
Había muchos asientos libres pero el niño fue corriendo a sentarse al lado de otro niño, más o menos de su edad, que jugaba con una consola portátil al lado de su madre.
– Hola, me llamo Èric.- se apresuró a decir el recien llegado.- Tu, ¿como te llamas?
– Jóse.- fue la escueta respuesta sin levantar la mirada de la pantalla.
El vehículo inició su vaivén habitual en dirección a la siguiente parada.
El chico rubio jugaba inquieto con el cochecito mientras el otro niño solo movía los dedos. Éste último vestía una sudadera azul con capucha que le cubría la cabeza, a pesar de no hacer ni pizca de frío.
– Voy con mi madre a un parque.- continuó el pequeño inquieto.- Me ha dicho que tiene el nombre de una persona famosa, pero no me acuerdo. ¿Dónde vas tú?
– Voy a que me hagan unas pruebas al médico.- contestó el otro con más palabras de las habituales.
– ¿Estás malo?
– No, mi padre me ha dicho que soy un superhéroe y me tienen que decir los poderes que tengo.
– ¡Venga ya! Dices mentiras. Los superhéroes no existen
– Y tu, ¿cómo lo sabes?, ¿has visto alguno?.- preguntó molesto el de la capucha.
– Pues no.- respondió pensativo el rubio.- ¿Por qué llevas capucha con este calor?
– No quiero que me reconozcan los malvados villanos. Es lo que tiene ser superhéroe.
– Ah, pues que chulo ser superhéroe.
Parada tras parada el autobús avanzaba hacia su destino, mientras los dos niños se iban haciendo más amigos.
Por fin, llegó la parada de destino para uno de ellos.
El niño de la capucha dió la consola a su madre y ambos se levantaron de sus asientos para dirigirse a la salida.
– Ya hemos llegado.- dijo el de la sudadera.- Ojalá nos veamos pronto. Hasta puede que te salve de los malos la próxima vez. Hasta luego Èric.
– Adios Jóse, si vienes a mi casa te dejaré mis coches para jugar.- se despidió el rubio.
Bajaron del transporte a la calle. A José se le cayó la capucha hacia atrás mientras se despedía con la mano de Èric. Su cabeza totalmente rapada brillaba al Sol. Èric observó al chico con admiración, saludándolo con un movimiento de dedos y pensando cunado lo volvería a ver, sin darse cuenta que a su madre le resbalaba una lágrima por la mejilla.
El autobús dejó la parada Hospital Sant Joan para dirijirse a un nuevo destino al que Èric le habría gustado recordar.