Justo un año después del desastre alemán de Stalingrado los rusos consiguieron, una vez más, un movimiento de pinza brillantemente ejecutado por el Mariscal Zhukov (entre otros), que consiguió cercar a más de 60.000 soldados alemanes en lo que se conoció como la Bolsa de Korsun o El Cerco de Cherkassy, al sudeste de Kiev, a orillas del rio Dnieper. El 16 de febrero de 1944 y, gracias a que el general Von Manstein contradijo las órdenes del Fuhrer y ordenó la ruptura del cerco y la huida (destituido del mando del Grupo de Ejércitos Sur por el mismo motivo), más de 40.000 soldados sitiados consiguieron romper las lineas soviéticas en el pueblo de Shanderovka y huir. La ruptura del frente fue encargada a las divisones SS «Wallonien» y «Viking» además de la 72ª División de infantería donde destacaba el laureado Mayor Robert Kästner. Gracias a sus sorprendentes ataques nocturnos fue uno de los artífices de la proeza…

Mayor Kästner

 Los dos hombres estaban sentados en el porche de una casa medio en ruinas. Apenas protegidos del tremendo aguacero, uno de ellos observaba la calle embarrada. El otro intentaba poner en marcha un viejo gramófono.

El que parecía tener más edad alargó el brazo y llenó su vaso con agua de lluvia.

— Cada vez estoy más convencido de que en esta tierra lo que llueve es vodka en vez de agua. — afirmó tras dar un largo trago.

— ¿No será que anoche te pasaste con el zumo de centeno?— respondió el otro mientras daba vueltas a la manivela del aparato de música.

— La ocasión lo merecía por cierto.— apuntilló mientras lanzaba una risotada que hizo girarse a varios soldados con semblante malhumorado que intentaban hacer avanzar un carro tirado por mulas y cargado con varios morteros de 8 centímetros por el lodazal en el que se había transformado la calle.

Mortero de 8cm. Mod.34

Ambos vestían guerreras de oficial desgastadas donde apenas se distinguía la graduación. El que daba tragos continuos al vaso de agua portaba una cruz de hierro colgada del bolsillo izquierdo.

La música empezó a fluir del aparato. Varias mujeres cantaban una canción animada en inglés. Los oficiales se miraron desconcertados.

— ¡Retruenos!— exclamó el más joven— ¿Quién demonios vivía aquí que tenía música americana?

— Tampoco me extraña mucho. Uno de los rusos que maté anoche llevaba tabaco americano. Deben traerlo en los malditos convoyes que llegan por el norte— sentenció el laureado, que parecía tener mayor graduación.

— Ellos lo reciben y nosotros lo disfrutamos— dijo el joven oficial sacando una pitillera y ofreciendo un cigarrillo al otro.

El carro apenas avanzaba y los dos oficiales miraban a los que empujaban como si estuvieran en el palco de un hipódromo. Incluso hicieron apuestas.

— ¿Cuáles son las órdenes para hoy, Robert?— preguntó el de menos graduación encendiendo el pitillo a su compañero.

— Las mismas que ayer a esta hora, Stein— Respondió el Mayor Robert Kästner— Salir de este agujero lo antes posible.

— Pero no eran las órdenes del Fuhrer— corrigió el joven capitán Stein— Teníamos que resistir hasta la muerte en la bolsa—añadió con cierto tono de sorna.

— Morir moriremos tarde o temprano, pero no es bueno tener prisas. Antes quiero ver unos cuantos cadáveres bajo mis suelas— aclaró en tono jocoso Robert— Aquí no manda el Fuhrer ahora mismo. La palabra de Stemmerman es ley y nuestro amigo Von Manstein desde el sur también ha contradicho a Adolf. Debemos salvar el pellejo todos los que podamos. Seguiremos atacando hacía el sur para romper las líneas bolcheviques y llegar a las divisiones panzer de relevo. Y nosotros lideramos la carga.

Atrás quedaban tres semanas de asedio ruso. El saliente alemán en Cherkassy fue cercado por miles y miles de soviéticos enfadados con el invasor. Unos sesenta mil soldados quedaron atrapados en lo que, posteriormente, se llamaría la Bolsa de Korsun, por ser el pueblo del centro de la bolsa y el aeródromo donde llegaban los suministros.

El sonido del gramófono entró en un bucle sin fin, repitiendo la misma estrofa una y otra vez. Ninguno de los dos se atrevió a apagarlo. Era la única música que escuchaban en meses.

— Suerte de esta lluvia o la aviación nos destrozaría— afirmó el capitán.

— Pregúntale a esos de enfrente— ambos rieron, mientras los que arrastraban el carro se dieron por vencidos y empezaron a descargar las armas, liberando peso.

— Esta noche atacaremos Shanderovka y pillaremos por sorpresa a esos comunistas por segunda vez consecutiva— explicó el Mayor.

— No entiendo como caen en la trampa una y otra vez— se preguntó el otro apagando el cigarrillo en la suela de su bota.

— Está todo muy claro. Llevo lo suficiente en este país para saber que los rusos no combaten de noche— enfatizó su argumento con una pausa para dar otro trago de agua — Tragan tanto alcohol por el día que necesitan dormir toda la noche para digerirlo— volvieron a reír. Esta vez rieron tanto que contagiaron a todos lo que pasaban por allí. Más parecía un grupo de combate a punto de licenciarse que un regimiento antes de una batalla incierta en la que muchos morirían para que otros vivieran.

Cosas de la guerra.

La huida