«ELEFANTES EN GUERRA»

En el año 804 d.C. el califa de Bagdad envió un elefante de regalo al rey franco Carlomagno. Al parecer, tener un elefante era el sueño del rey cristiano durante toda su vida.

Tal era la fascinación que provocaba ese animal en época tan tardía.

Pero hemos de remontarnos bastantes siglos atrás en la historia para poder observar, en suelo europeo, las cualidades de tan formidable mamífero que dieron lugar a la leyenda.

Un poco de historia

Domesticado en la India entre el 2500 y el 1700 a.C., el uso que se le dio al elefante en un principio fue el de suministro de marfil, carne y pieles. Al domesticarlo se le dieron otros usos, derivados todos de su gran fortaleza física: transporte, agricultura, etc.…

Debemos diferenciar los tres tipos de elefantes que existen incluso hoy día. Por un lado tenemos el elefante africano de la “sabana”, de gran tamaño, con las orejas grandes, la espalda cóncava y poco utilizado en la antigüedad; por otro tenemos al elefante africano “forestal”, más pequeño, con orejas grandes, la espalda recta o ligeramente elevada en su parte trasera y situado en Etiopía y el noroeste de África, usado por los Ptolomeos, Cartago y Numidia; y por último al elefante asiático, originario de la India, más pequeño que el africano de la sabana pero más grande que el forestal, con las orejas pequeñas, la espalda convexa y utilizado por seléucidas y persas.

El primer testimonio de uso del elefante en guerra proviene de antiguos textos hindúes de los siglos XV-XII (1500-1200 a.C.), perteneciendo al periodo Vedas.

En el Occidente del continente europeo no fue hasta el año 480 a.C. cuando Hanón el Navegante descubrió elefantes en el Atlas africano. Hasta entonces lo único que se conocía en occidente respecto al elefante era el marfil, como producto exótico y  bien de prestigio.

La batalla con elefantes más antigua y documentada, la encontramos en un texto del griego Ctesias que sirvió en la corte del persa Artajerjes II. Ctesias describió la Batalla de Cunaxa (401 a.C.) entre Artajerjes y el joven rebelde Ciro.

El primer europeo que entró en batalla contra elefantes fue Alejandro Magno, quien descubrió el potencial de esas bestias durante la Batalla de Hydaspes (326 a.C.), aunque allí se dedicó a evitarlas en la mayor medida posible.

Tanto Alejandro como sus sucesores hicieron uso de los paquidermos durante sus batallas, aprovisionándose de ellos en la India o, en el caso de los Ptolomeos, en Etiopía.

En Occidente, fue Cartago la primera en utilizar elefantes en guerra. Tras la guerra contra Agatocles de Siracusa (310 a.C.), los cartagineses decidieron reforzar su ejército con la inclusión de elefantes. Estos, poco a poco, fueron reemplazando a los carros como arma de combate.

En el adiestramiento de los elefantes utilizaron sus excelentes relaciones comerciales con el Egipto Ptolemaico para importar instructores e incluso algunos elefantes asiáticos. Estos instructores se denominaban “mahouts” cuyo origen proviene de los instructores hindúes importados por Ptolomeo para entrenar elefantes nativos, pero acabó utilizándose el mismo término para los cuidadores de cualquier nacionalidad.

Durante sus guerras en Italia y Sicilia, Pirro del Épiro utilizó elefantes asiáticos. Causaron gran conmoción en el ejército romano debido al desconocimiento del animal. Pero al final de la guerra, los romanos no sólo ganaron sino que además consiguieron experiencia en la lucha contra elefantes, una experiencia que les serviría en su pugna contra Cartago durante la 1ª Guerra Púnica (264-241 a.C.).

Durante la 2ª Guerra Púnica (219-201 a.C.) se produce la historia más impresionante en lo que a elefantes se refiere: la expedición de Aníbal hacia Italia.

El primer obstáculo serio en el camino fue el cruce del río Ródano. El problema no radicaba sólo en la profundidad y anchura del río sino también en la urgencia del paso, pues un ejército romano avanzaba río arriba desde Massalia. No parece que Aníbal conociera algún otro ejemplo histórico de cómo cruzar un río con elefantes pero puede ser que tuviera experiencia  acumulada en Hispania donde tuvo que viajar muchos kilómetros con ellos a cuestas. Solventó el problema magistralmente construyendo unas balsas grandes cuyo suelo disimularon con tierra y arbustos para que los elefantes no sospecharan y así, no se asustaran.

El segundo gran problema a resolver era el cruce de las montañas, sobre todo por la estrechez del camino. Pero aunque parezca extraño, los elefantes supusieron más una ayuda que un estorbo, ya que fueron imprescindibles para despejar el camino de piedras y otros obstáculos.

Finalmente, los 37 elefantes que empezaron la travesía sobrevivieron, y pudieron luchar contra los romanos en la Batalla del Trebia (218 a.C.). Pero debido a una bajada brusca de la temperatura o alguna otra circunstancia desconocida, se fueron muriendo todos menos uno, el cual es posible que fuera de raza asiática.

Mientras en Italia se estaba incubando la mayor derrota de Roma en toda su historia (Cannas, 216 a.C.), al otro lado del Mediterráneo se daba lugar una de las batallas con mayor número de elefantes documentada en la historia: la Batalla de Rafia (217 a.C.). Esta batalla enfrentó a Ptolomeo IV “Philopator” de Egipto contra Antioco III “el Grande” del imperio seleúcida. Se dio lugar en Siria y agrupó 73 elefantes “forestales” del bando egipcio contra 102 elefantes asiáticos del bando seleúcida. Aunque la victoria fue a parar a manos de Ptolomeo, se puso en evidencia que los elefantes asiáticos tenían mucha más potencia de combate que los “forestales”, debido a su mayor tamaño y, por consiguiente, su mayor fuerza. Polibio nos describe la batalla incluyendo un pasaje en el que combaten dos elefantes entre sí (Polibio V, 84).

Roma utilizó elefantes por primera vez en las Guerras Macedónicas (ss III-II a.C.). Eran suministrados por el príncipe númida Masinisa. Fueron pruebas a poca escala e importancia. En la guerra posterior contra Antioco III tuvieron ocasión de enfrentarse a elefantes asiáticos equipados con toda la panoplia de combate. En las Termópilas (191 a.C.) y posteriormente en Magnesia (190 a.C.) Roma dio cuenta del imperio seléucida y acumuló una experiencia vital en el combate contra elefantes.

Después de todas estas guerras Roma seguía confiando en sus legiones pero veía elementos positivos en el uso futuro de elefantes en batalla.

Roma utilizó elefantes también en Hispania y en la Galia. Se documenta mediante estelas el uso de elefantes en el asedio a Numancia (153 a.C.) y, posteriormente, en Vindalium (121 a.C.) contra los galos. El miedo que infundía a los supersticiosos bárbaros constituía su mejor baza.

Julio César fue el último general romano de Occidente en enfrentarse a elefantes en batalla. Derrotó a los númidas de Juba en Thapsus (46 a.C.) durante las Guerras Civiles.

En más de 300 años no hubo enfrentamientos contra elefantes en el Mediterráneo.

Los elefantes volvieron a la lucha con el advenimiento del imperio Sasánida de Persia.

Durante los siguientes 170 años hubo conflictos intermitentes entre Roma y Persia, donde los romanos tuvieron que volver a acumular experiencia en la lucha contra elefantes.

Se siguieron usando elefantes hasta la llegada de los Musulmanes, momento a partir del cual su usó quedó restringido a zonas próximas a la India y Asia.

ELEFANTE SELÉUCIDA

Elefantes en batalla

Según Asclepiodoto, griego que vivió durante el final de la República romana, los elefantes en batalla se dividían en Iliarquías, grupos de 8 elefantes en una sola línea, que constituía la unidad normal en el combate.

Un cuerpo de elefantes era comandado por un Elefantarca (Magíster Elephantorum). Cada bestia estaba al cuidado de un “Elephantagogos” o “Elephantistes”, también llamado “Mahout” en la India. Normalmente el mahout conocía su bestia desde la infancia y seguramente crecía con ella, hasta que un fuerte lazo existía entre jinete y montura.

Portaban mantos vistosos de color púrpura, con ornamentos de oro y plata para aumentar su impresión ante las tropas. A menudo vestían armaduras laterales y frontales para protegerlos de los proyectiles. También era frecuente que llevaran equipamiento de ataque, como refuerzos de metal en los colmillos y torres en sus lomos.

En unas ocasiones, los elefantes cargaban un mahout en el cuello, en otras además llevaban uno o más soldados armados en el lomo, o también podían llevar torres o “castillos” conteniendo hasta 4 guerreros. El uso de estas torres no se atestigua antes del 300 a.C.

De cualquier modo, normalmente era el propio elefante el arma usada para neutralizar la caballería enemiga.

Los cartagineses no usaron torres. La razón radica en que sus elefantes (del tipo “forestal”) no eran tan fuertes como para llevar toda esa panoplia de combate sin perder movilidad y resistencia.

En cambio tanto los seléucidas como posteriormente los sasánidas las utilizaron continuamente en los suyos del tipo asiático.

Los soldados de las torres debieron ser arqueros, jabalineros o lanceros, y eran, presumiblemente, escogidos por sus habilidades de disparo, juntamente con su agilidad y quizá por su corta estatura.

ELEFANTE SIN TORRE

Tácticas

Algunos elefantes podían ser guardados en reserva si eran demasiado numerosos para desplegarlos en una sola línea, como Seleuco en Ipsos (301 a.C.) o si eran demasiado pocos, para lanzarlos en el momento crítico, como Nobilior en Numancia (153 a.C.).

La posición normal era una línea simple de elefantes en frente de una parte o de toda la línea de batalla enemiga y no muy cerca de la propia para tener el espacio necesario para retroceder y dar tiempo a la infantería a abrir sus líneas dejando pasar a las bestias en su huida.

También podían situarse en los flancos, como en Rafia, para hacer frente a otros elefantes o a la caballería enemiga, como en Ilipa (206 a.C.).

La distancia entre animales cuando estaban en línea solía ser de unos 30 metros. Cuando los intervalos eran más grandes, unidades de infantería se situaban entre ellos, pero bien pudieran ser alguna especie de escolta de arqueros, honderos o jabalineros.

El terror era el arma primaria  del elefante, terror infligido a hombres y caballos. Eran especialmente útiles contra hombres que se enfrentaban por primera vez a esa amenaza y contra caballos no entrenados.

Los elefantes también proporcionaron una valiosa ayuda en los asedios. Ofrecían una salida a los sitiados, como en Capua (211 a.C.); alzaban hombres al nivel de los muros para observar o atacar; incluso podían transportar pequeñas piezas de artillería en sus lomos.

El bando opuesto desarrolló todo tipo de métodos para intentar anularlos.

En medio del combate, lo obvio era intentar aislar y derrotar a las bestias individualmente, acosándolas por el flanco y la retaguardia. Se utilizaron armas especiales para este propósito, como las cimitarras y hachas usadas por Alejandro en Hydaspes.

Tropas ligeras a pie o a caballo se situaban por delante para acosarlos, y los honderos buscaban matar al mahout como en Thapsus.

Métodos más elaborados incluyeron el uso de vigas de madera con púas de acero montadas en carros, como las que usaron los romanos contra Pirro en Ausculum (279 a.C.); o la “carroballista”, una gran ballesta montada sobre un vehículo tirado por dos caballos o mulas.

El fuego fue un arma valorada y el ruido podía ser determinante. En Zama (202 a.C.) algunos elefantes se espantaron y retrocedieron ante el sonido agudo de las trompetas romanas.

Una fuerza de disuasión menos convencional fue el uso de cerdos, como contra Pirro en Beneventum (275 a.C.). Por alguna razón, los cerdos provocaban el pánico entre los elefantes, quizá por su manera de moverse o por sus ruidos característicos.

Las zanjas también fueron útiles para frenarlos. Otras barreras incluyeron placas con clavos incrustados, usados por Poliparco en Megalópolis (318 a.C.), y “minas” con púas de acero dejadas en el suelo y disimuladas, como Ptolomeo en Gaza (312 a.C.).

Propensos a ser asustados, quizá por un ruido o movimiento súbito, se convertían, en ingobernables cuando los herían o moría su mahout.