—Verde uno a verde tres. No te pegues tanto o ahorraran munición matándonos.
—Oído comandante— dijo Tom corrigiendo su posición. El chico prometía ser un buen piloto pero aún le quedaba camino por recorrer. Demasiado joven con sus 17 años por cumplir. El programa de entrenamiento acelerado era muy exigente pero necesario. El Imperio dominaba la galaxia y se necesitaban buenos pilotos y soldados para hacerle frente.
Tom, el pequeño de los Lomax, tenía un futuro prometedor en la Academia Imperial. Comenzó su formación en piloto de cazas modelo TIE a la edad de 15 años, lo habitual después de concluir los estudios básicos en su planeta de origen: Alderaan.
Fue reclutado por el Imperio y enviado a Coruscant para su formación, como muchos miles de chicos con aptitudes.
—Verde uno a la escuadra, volvemos a la base. Nos reclaman— anunció el capitán— Parece que tenéis vuestra primera misión.
Todos obedecieron la orden pensativos. La primera misión con sus peligros pero con muchas ganas de combatir al Imperio.
Tom estaba ansioso por empezar. Su vida había corrido muy deprisa. La salida de su casa, los nuevos compañeros, la destrucción de su planeta junto a su…. Los ojos se le humedecieron pensando en ellos. Su padre, asesor del senador Organa; su madre, profesora de idiomas; sus hermanos…. Cuanto dolor.
No tuvo que pensarlo mucho. Cuando aquel hombre le susurró al oído en el comedor de pilotos ya casi lo había decidido. A la primera oportunidad escapó de Coruscant con algo de ayuda. Llegó a la luna de Yavin y se unió a la Alianza Rebelde. Le movía una sola motivación, la venganza. Nada en esta galaxia apaciguaría su dolor excepto la destrucción del Imperio y la muerte del Emperador.
—Pilotos de la Alianza, tenemos un trabajo para vosotros— dijo el Comandante Ackbar a la muchedumbre apelotonada en el hangar 3 del crucero insignia de la Rebelión. —Mañana saltaremos al Cúmulo Aturi. Allí nuestra misión será encontrar un lugar idóneo para establecer una base. Todo el sistema lo domina una nebulosa laberíntica. Os separaréis en escuadras pequeñas para abarcar más Espacio. Los detalles de la misión os la proporcionarán vuestros capitanes. —Ackbar se levantó de su asiento con la pesadez propia de una raza que prefiere el agua a la tierra. — Por cierto, el destino de la Alianza depende de vosotros, mucha suerte chicos.
El capitán de Tom, un coreliano que le tenía en alta estima reunió a su pequeña escuadra en una esquina del hangar.
—Bueno muchachos, empieza la fiesta. Siento deciros que no iré con vosotros. Vuestro entrenamiento se considera finalizado. El resto lo aprenderéis en batalla. Confío que todo saldrá bien.
A continuación leyó de una hoja el destino de cada uno. A Tom y a Zark les tocó ser escolta de un grande, el Comandante Chewacca.
— ¿Por qué yo capitán? No estaré a la altura de un héroe. —preguntó Tom a solas con su jefe de escuadra.
—Pues por dos razones: eres más bueno de lo que crees y, además, Chewie te ha reclamado a ti. Eres de los pocos que lo entiende.
Era conocido por todos el talento para los idiomas del joven Lomax, herencia de su madre, sin duda. Tom asintió ruborizado.
—Por cierto, te van a asignar un nuevo prototipo de caza. Pidieron voluntarios y yo te ofrecí. — dijo el oficial sonriendo. — Es una buena nave, te gustará.
El hangar se vacío rápidamente. Todos se retiraron a descansar. Todos excepto un recluta oculto tras unas cajas que se apresuró a emitir al Espacio un mensaje con cifrado Imperial…
Cientos de cazas salían de los hangares de los dos cruceros Mon Calamari destinados a la misión.
Tom fijó la mirada en el carguero modificado más famoso de la galaxia, el Halcón Milenario. Era difícil seguirlo por su increíble rapidez y maniobrabilidad a pesar de ser casi 5 veces más grande que su ALA-E. Pronto se hizo con los mandos. Era una nave mucho más ágil y armada que el Z-95 de entrenamiento. Tenía poder bajo sus manos. En cambio Zark pilotaba el caza de la academia.
Pronto las tres naves se separaron del resto para ir a su sector asignado.
La nebulosa era un laberinto de asteroides, nubes de gas y desechos de todo tipo. Los sensores se volvían locos detectando objetos por todos lados. Había que evitar las nubes de gas, podían causar ionización inutilizando la electrónica de la nave.
De repente, el droide astromecánico de Tom empezó a silbar. No había lugar a dudas: naves enemigas.
No tuvo que decir nada por el intercomunicador. Chewacca rugió de rabia. Zark no podía saber el significado del sonido. Tom entendió claramente una palabra: ¡Emboscada!