Es muy difícil precisar cómo llegó el ganatha Ot Rebor a ser piloto de bombardero en uno de los escuadrones más prestigiosos de la armada imperial.
Mientras estaba en la formación escuchando al Comandante Tomax y su perorata, Ot repasó mentalmente su vida anterior. Para él tampoco era fácil conocer el porqué de su destino. Provenía de un planeta perdido en un sistema perdido. Ganath estaba tan aislado que su tecnología espacial era rudimentaria, con naves a vapor. Rebor se tuvo que ganar la vida ya de pequeño. Pronto quedó huérfano de una familia pobre y se echó a la calle. Con 15 años ya era líder de una banda de maleantes y criminales, lo más bajo de la sociedad ganatha. Se dedicó a traficar con componentes electrónicos y cibernéticos, campos en los que los ganathas destacaban a pesar de su atraso aeronáutico.
Pero volvamos a la historia del Jefe Ot. Las peleas callejeras con bandas rivales eran frecuentes. Hasta que en una de ellas Ot perdió un brazo. Fue un corte limpio con una espada vibratoria de vapor aunque, todo hay que decirlo, el destino del rival no fue tan bueno. Tuvo que gastar todo lo que tenía ahorrado en un brazo cibernético y en ese momento su vida cambió. Descubrió las ventajas de un brazo biónico: más fuerza, más precisión, sin dolor… Decidió sacar partido de su nuevo estado. Pensó que podría perseguir uno de sus sueños: viajar a otros mundos y conocer la galaxia. No fue muy difícil. La única manera de viajar al espacio en Ganath era alistarse a la armada espacial, pero ese destino se reservaba a las clases más ricas de la sociedad. Ot no tuvo problema en infiltrarse en la base de la armada, matar a un miembro de la tripulación del Exeter Magnus, una de las mayores naves espaciales de Ganath, y, aprovechando su parecido, hacerse pasar por él. Lo consiguió. Con tan mala suerte que, a mitad de camino a Nal Hutta, descubrieron el engaño. Tratado como polizonte, las leyes ganathas eran muy claras, el castigo era la exclusa. Aceptó su destino como el que ya ha vivido lo suficiente. A sus 20 años se le condenaba a morir en el espacio dentro de una cápsula con aire limitado.
Desde el ventanuco de la cápsula vio alejarse la inmensa nave con pocas esperanzas de vivir mucho más. Se dejó llevar por el sueño. Al menos moriría durmiendo, no soportaba el dolor. Echaba de menos la morfina a la que se había habituado tras la pérdida del brazo.
Lo despertó un golpe brusco de la cápsula. Se abrió la compuerta y pudo ver que estaba dentro de una nave.
–Saludos chico– dijo un tipo con ropas extrañas y unos anteojos en la cabeza. – Creo que has vuelto a la vida, ¿me equivoco?
–Diría que la vida ha vuelto a mí– contestó Rebor sonriente.
–¿Vas a salir de ese cubo o te devolvemos al espacio?
De un brinco Ot saltó a la cubierta de la nave. No parecía muy grande. Había dos personas más en el pequeño hangar sin ningún uniforme que delatara su procedencia que le miraban con curiosidad.
El que le habló le examinó de arriba a abajo poniendo énfasis en el brazo artificial, claramente visible.
– Bonito juguete. A Jabba le gustará verlo– acto seguido le aplicó una descarga con aturdidor y Ot cayó redondo al suelo.
Abrió los ojos y la luz intensa le cegó durante un instante.
Estaba encadenado por el cuello al mástil de una barcaza en medio del desierto. Una colección de seres variopintos se movía por la cubierta. Detrás de él, en una tarima elevada, una figura monstruosa degustaba unos bichos, todavía vivos, sacados de una olla de vidrio. Al descubrir la consciencia de Ot emitió un sonido gutural y un tipo alto con dos tentáculos a modo de melena se le acercó.
– Buenos días – dijo cortésmente.
– ¿Dónde estoy?
–Tienes la suerte de viajar en el esquife real del Gran Jabba el Hutt –respondió.
– Y ese tal Hutt, ¿quién es?
El rostro del twile´k mostró asombro.
– Pasaré por alto esa pregunta. Chico, ¿de qué planeta eres? – preguntó.
– Ganath
El tipo comentó algo al monstruo llamado Jabba y éste le respondió. Ot no tenía mucha esperanza de salir de allí vivo pero, teniendo en cuenta que ya debería haber muerto, cada minuto de vida era un regalo y una oportunidad.
Una mole con hocico porcino le trajo un cuenco con comida. Bazofia. Prefería comerse el recipiente pero el hambre acuciaba. Devoró el contenido. Asqueroso y delicioso al mismo tiempo.
La barcaza se deslizaba a unos metros por encima de la arena en dirección desconocida.
Tenía mucho sueño.
Entre cabezadas lo desnudaron y exhibieron su brazo mecánico al gran Jabba. Este se mostraba complacido por la visión. Quizá tendría una oportunidad.
Por lo que conocía de su vida anterior, aquella gente parecía pertenecer a una organización criminal o simplemente eran contrabandistas y el enorme gusana era su líder. Y de bandas sabía bastante. Todas usaban un idioma universal: el dinero.
El instinto de supervivencia activó sus conexiones cerebrales.
– ¡Oye! Quiero hablar con Jabba – le dijo a su interlocutor en cuanto lo vio.
– Habla.
– Me quiero unir a su banda – propuso Ot.
– ¿Banda? – estalló en una carcajada. Toda la tripulación rio al unísono. – Perteneces al señor Hutt desde que llegaste.
– Tengo un negocio que le puede interesar – prosiguió Rebor haciendo caso omiso a la pulla.
La palabra negocio despertó el interés del gusano, que hizo una seña a su sirviente.
– Continúa – concedió el intérprete.
– ¿Ves el brazo que poseo? En el planeta de dónde vengo hay miles más como este. Y múltiples y variados componentes cibernéticos. Si me prestáis una nave conseguiré todos los que deseéis a buen precio para vender en el mercado negro.
– ¿Crees que nacimos ayer? Solo hay que probar su eficacia y quizá nos seas de utilidad – respondió Jabba a través del twile´k.
– ¿Eso qué quiere decir? – tragó saliva.
La barcaza disminuyó su velocidad y paró junto a una especie de coliseo en medio del desierto. La situación adquiría tintes dramáticos para Ot Rebor.
Allí lo llevaron. Lo dejaron en medio del ruedo, solo. En las gradas se apelotonaba la variopinta multitud, apostando unos con otros.
Rebor tuvo claro su final. Caería luchando. No conocía a qué enemigo se enfrentaba pero no era torpe en combate y se lo pondría difícil.
Jabba, en la tribuna cubierta por un gigantesco dosel, levantó la mano y una puerta se abrió. Un gargantuesco humanoide semidesnudo, de piel oscura, nariz porcina y colmillos inferiores prominentes surgió de las sombras. Con un mandoble que medía casi lo mismo que el pobre ganatha, avanzó con paso decidido hacia su víctima.
Ot adoptó una posición de combate. El gladiador levantó la enorme espada y la dejó caer con toda su fuerza golpeando la arena donde una milésima de segundo antes estaba el ágil Rebor.
No desaprovechó el consiguiente desequilibrio de su contrincante y asestó un puñetazo en el lateral, por debajo del hombro, con su brazo biónico. Con tal fuerza que el propio chico se asombró de penetrar casi un palmo de grasa, carne y músculo. El gigante cayó desplomado ante la incredulidad de los espectadores, que enmudecieron.
– Me debes un gamorreano – tradujo el sirviente horas después. – Y el precio es trabajar para mí.
“Supongo que te debo la vida”, pensó Ot.
– Me parece un trato justo…
El capitán acabó su discurso y rompieron filas. Sentía curiosidad por saber lo que le deparaba el destino.
Infiltrarse en la Academia Imperial fue fácil. Pagar la deuda a Jabba no lo sería tanto. Mientras, conocería la galaxia, su gran sueño.
Tampoco estaba tan mal…