«La Aventura de Khaled»

«un árabe en Peratallada»

Verano de 1249, Peratallada

¡Allah sea contigo, lector!

Mi nombre es Khaled y esta es la crónica de lo acontecido aquellos días aciagos de 1249, según el calendario cristiano.

Nací en Ishbiliya (Sevilla) hacía 24 inviernos, hijo de Abul y de Ladda.

De mi padre aprendí las artes de la escritura y la lectura, cosa de la que le estaré eternamente agradecido. De mi madre la pasión por la hierbas y plantas de todo tipo.

De pequeño sufrí una caída mientras escalaba una torre, los hados del destino me abandonaron, rompiéndome una pierna y quedando cojo de por vida. Gracias a mi madre sigo vivo.

El año pasado, los cristianos conquistaron mi ciudad tras dos años de asedió duro e implacable. Mi padre, Allah lo tenga en su gloria, nos dejó para siempre.

Ladda, yo y mi hermana pequeña Karima, tuvimos que huir.

Tras mucho deambular conseguimos llegar al extremo noreste de la Corona de Aragón, donde un ángel llamado Ponç de Peratallada nos salvó la vida, además de darnos trabajo en su castillo.

Mi madre cocinaba para él, yo me encargaba del huerto y mi hermana perseguía los gatos de toda la comarca.

Éramos felices a pesar de lo ocurrido.

Hace unos meses mi señor tuvo un hijo, rubio y hermoso, llamado Arnau. Su joven y bella esposa Ermesenda de la Cerdanya llenó de gozo y alegría al viejo castillo y a su señor. Por fin tendría descendencia para poder perpetuar su estirpe. Y lo mejor de todo, el señor Ponç me nombró su tutor, para enseñarle todo lo que pudiera del mundo. Un orgullo para mí.

Pero ocurrió algo horrible.

Una noche, el joven Arnau desapareció. Lo habían secuestrado. Algún malnacido robó al niño en su cuna para desgracia de sus padres.

Esta es la historia de lo que ocurrió después…

—El Barón exige tu presencia.

Fue la orden que recibí de aquel guardia con cara de pocos amigos.

Con gran presteza accedí a la torre principal del castillo, alojamiento de mi señor. Mientras subía los desgastados escalones crucé mi camino con varios guardias que bajaban corriendo, casi haciéndome caer. La débil iluminación de las antorchas aumentaba la decrepitud del aquel viejo edificio, de arquitectura simple a la manera cristiana.

La habitación de mi señor estaba abierta. Dentro el sargento de la guardia recibía órdenes del Barón.

—No dejéis piedra por mover ni persona sin interrogar. Mi hijo tiene que aparecer o te enviaré a la guerra de Valencia. ¿Entendido?

El guardia hizo una reverencia y salió a la carrera, no sin antes lanzarme una mirada de odio y darme un golpe con el hombro mientras pasaba a mi lado. No me tenía en gran estima. Ni a mí ni a ningún musulmán.

Observé la habitación a la espera del permiso de entrada. Mi señora estaba peinándose frente a un espejo, ajena al dolor de mi señor, que se frotaba la cara con las manos. La ventana estaba abierta de par en par y una suave brisa de verano movía las ropas color granate del dosel de la cama. Una pequeña cuna vacía completaba la desolación presente.

—Pasa Khaled. —Sus palabras eran amables—. Necesito que me ayudes. Quiero que busques al pequeño Arnau.

A esas alturas, ya conocía bien el idioma de lo Principat.

—Será un inmenso honor mi señor —dije sin abandonar la puerta.

—No me fío de nadie Khaled. Solo de ti.

Sonrojé. Nunca me lo había dicho, aunque siempre fue respetuoso conmigo. Creo que me quería como a un hijo. Solo pude hacer una reverencia.

—Lo que necesites, pídemelo —ofreció el señor Ponç.

Era un reto que acepté gustoso y no me pareció una orden. Más bien una súplica.

Resultaría difícil investigar el asunto con mi condición de vasallo, pero me puse manos a la obra sin demora.

Como los grandes investigadores de mi tierra, lo primero de todo era observar y escuchar.

Así que empecé por… (en resaltado la opción elegida)

🅐: …examinar la ventana abierta.

🅑: …pedir el testimonio de la señora.

🅒: …buscar indicios por la habitación.

La señora Ermesenda parecía estar ausente. Quizá el dolor le provocaba una especie de enajenación mental.

La ventana abierta no ayudaría a mi mal de altura, así que decidí examinar la alcoba.

Pedí permiso para entrar. El suelo de piedra estaba decorado con una alfombra de hilo de cáñamo. La cama estaba desecha y la pequeña cuna de madera torneada se mecía sola por el viento bajo una banderola con el escudo de la baronía bordado: tres líneas ondulantes sobre fondo azul.

Me acerqué al catre del joven Arnau y rebusqué con cuidado entre las sabanitas. Había un diminuto mechón de pelo negro. Con toda seguridad no era del niño pues este poseía una rala mata de cabellos rubios. Lo guardé en el bolsillo de la zamarra y seguí buscando.

Observé una mancha en la alfombra, marrón, como de barro. Alguien había dejado una leve huella. Olía a estiércol de caballo o gorrino por lo que podía ser cualquiera de los guardias que acababa de bajar.

Junto al cabecero de la cama había una mesita con una copa tirada. Al examinarla me vino un fuerte olor a romero mezclado con vinagre y algo más que no supe adivinar. A pesar de mis conocimientos de plantas resultaba difícil averiguar el origen de aquel aroma tan penetrante.

Era una buena línea de investigación, sin duda.

Intenté averiguar algo más.

—Perdone, señor. Tengo una pregunta —pedí a mi señor.

—Habla Khaled.

—En el momento de la desaparición, ¿dónde estaban sus señorías?

—¿Qué derecho tiene este esclavo de interrogarnos? —exclamó Ermesenda.

—Es un chico muy despierto. Necesito de gente inteligente ahora mismo —la reprendió el barón. La bella mujer mostró su disgusto, pero volvió a su quehacer.

—Yo estaba en los establos y mi esposa dormía en esa cama.

No me ayudaba mucho pero quizá hubiera algún indicio.

Mostré mi gratitud con una reverencia y abandoné la estancia.

A mi entender, la investigación tenía tres posibles vías: (en resaltado la opción elegida)

🅐: …averiguar quién preparó la mezcla de la copa.

🅑: …buscar la persona de pelo negro por el castillo.

🅒: …preguntar al porquero quién le visitó anoche.

Sin duda, la pista más sólida era la de la copa. Debía averiguar qué contenía y quién la preparó. 

Bajé los peldaños de la torre con cuidado de no tropezar. En la escalera flotaba un leve aroma a eucalipto. No había eucaliptos en Peratallada, era extraño.

Llegué a la pequeña cocina de la planta baja y Ladda, mi dulce madre, de piel tostada y ojos penetrantes, me dio un abrazo.

—Khaled, hijo mío. Qué desgracia la de nuestro señor —lamentó.

—Intentaré averiguar quién lo hizo.

—Ten cuidado hijo. Hay gente que nos odia.

Tranquilicé a Ladda y observé la vieja cocina. Un horno de leña para el pan, un par de mesas llenas de verduras y carne para el almuerzo, un diminuto molino de grano en una esquina, varias tinajas y toneles y un par de chicas de piel blanca que me miraban con curiosidad. Eran las hijas del herrero, que trabajaban de ayudantes de mi madre. No tendrían más de catorce o quince primaveras.

—¿Visteis a quién preparó la copa? —les pregunté.

—La señora bajó y se la preparó ella misma. Yo la vi —explicó una de ellas, que era también ayudante personal de Ermesenda.

Aquello era muy extraño. Examiné la mesa donde me dijeron que había preparado la mezcla y algo en el suelo llamó mi atención: un trozo de hoja seca. La acerqué a mi nariz y probé un poco. No había duda. Aquello era la hierba loca. Una planta utilizada por los chamanes africanos en sus rituales. Esa variedad no habitaba esta zona, así que debería averiguar cómo llegó al castillo. No sería fácil.

Otra duda me asaltaba: ¿por qué la señora se prepararía una mezcla tan potente? O ¿quizá la habían engañado?

Besé a mi madre y deseé un feliz día a las dos señoritas que sonrojaron y me miraron con cierta lascivia. Podría ser mi imaginación, pero sentí cierta excitación repentina. Aunque mi edad era avanzada, mi carne no había probado hembra alguna nunca. Aparté esos pensamientos de mi cabeza y me centré en la misión.

Pensé en el paso a seguir y… (en resaltado la opción elegida)

🅐: …me armé de valor para interrogar a la señora.

🅑: …visité al comerciante del pueblo para preguntar por la hierba.

🅒: …me llevé a las hijas del herrero aparte para preguntarles a fondo sobre el carácter de la señora.

No tuve el valor suficiente para hablar con la señora y las dos féminas no me convenían en ese momento. Agarré un cestillo con la excusa de ir a por semillas para el huerto y dirigí mis pasos hacia el exterior del castillo.

Crucé el mercado semanal y la gente rumoreaba a mi paso. En cierto momento alguien dijo algo sobre el pequeño Arnau, pero seguí andando. Tras pocos minutos, divisé la puerta del herbolario y semillero, un hombre alegre y jovial, corto de vista y calvo. Justo cuando iba a entrar en la casucha escuché ruido de cascos calle abajo. Una comitiva de jinetes se acercaba. Por fin había llegado la hermana del señor Ponç: Guilleuma. Montada en un alazán de patas blancas parecía una reina. Vestía un atuendo de viaje y una diadema de plata adornaba su pelo color trigo. Pasó de largo escoltada por unos guardias en dirección al castillo.

Su semblante era serio y algo en su mirada me produjo un escalofrío. Decían las malas lenguas que había asesinado a su anterior marido, un noble de Barcelona. Seguramente su fuerte personalidad le daba mala fama.

Entré y saludé a Joan, que me reconoció tras entrecerrar sus ojos enfermos.

—Buenos días, Joan. Vengo por semillas y por información.

—El bueno de Khaled —respondió afable—. Lo que sea menester para el barón.

—Dame semillas de caléndula y dime si reconoces esta planta. —Le enseñe la hierba loca.

Joan recogió el trozo de hoja seca y se la acercó a los ojos. Palideció al instante. Jamás le había visto así. Estaba aterrado.

—Vete Khaled. Toma tus semillas y vete.

—¿Qué pasa amigo? Solo necesito saber dónde conseguir esta planta.

A Joan le temblaban las manos. Lanzó miradas a la puerta y acercó su cara a la mía.

—Esto es beleño negro, Khaled —susurró en mi oído—. Cosa de brujas. Y eso es malo para el negocio.

—Dime por favor dónde puedo ir. Es importante.

—Pregunta al viejo loco. Quizá a él no le importe morir.

La respuesta me dejó helado. Había algo turbio y oscuro en todo aquel asunto.

Tendría que ser discreto. Me puse en camino…

(en resaltado la opción elegida)

🅐: …en busca del viejo loco.

🅑: …de vuelta al castillo. La llegada de Guilleuma podría traer novedades.

🅒: …al mercado para preguntar sobre los rumores.

Tenía curiosidad por conocer al viejo loco.

Había oído rumores y tenía su descripción, aunque no sabía dónde podría encontrarlo. Decidí empezar por la taberna del pueblo. Seguro que allí conocerían de su paradero.

Atravesé de nuevo el mercado para acceder a la callejuela estrecha donde se ubicaba la única posada-taberna del pueblo. Por el camino noté que alguien me observaba y escuché más cuchicheos a mi paso. Tener el oído afinado no me estaba ayudando en ese momento. Conocía del odio contra los de mi raza, así que apreté el paso hasta que entré en la pequeña fonda.

Tuve suerte, lo reconozco.

Escudriñé el local y localicé a un anciano de larga barba blanca y un copete de cuero en la cabeza. Bebía con ansia de un cuenco y parecía ebrio. Excepto el tabernero, no había nadie más. Me acerqué al viejo y el olor a vino me frenó un instante.

—Perdone señor. Quisiera hablar con usted de un asunto importante —susurré a su oído.

El hombre me miró de arriba a abajo y volvió a su cuenco, ignorándome. Decidí ahorrar palabras y dejé el trozo de planta seca junto a su bebida. El anciano la miró y esperó a que el posadero volviera a la cocina.

—Estás en peligro, amigo —terminó diciendo—. ¿Tu pregunta?

Le expliqué de que estaba hecho el mejunje que bebió la baronesa.

En ese momento entraron tres hombres con las ropas cubiertas de polvo. Nos miraron con cara de asco y se acercaron.

—Tú, morisco. Largo de aquí —ordenó uno de ellos—. Este es un lugar respetable. Y llévate a tu abuelo, el chiflado.

Miré al anciano que se levantó, dirigiéndose a la puerta. Sabía perfectamente, como yo, que era inútil discutir. Si quería volver sano y salvo a casa.

Salí tras él con carcajadas a mi espalda. Quería que lo siguiera. Dobló una esquina y se giró.

—No hables con nadie de eso, amigo, o morirás pronto. Dirígete a la última casa de esta calle, esta noche. Ven solo.

Y se fue.

Parecía que aquel hombre sabía algo que yo necesitaba conocer. Pensé qué hacer mientras llegaba la noche.

(en resaltado la opción elegida)

🅐: Volver al castillo y averiguar más sobre la hermana de mi señor.

🅑: Seguir al viejo e insistir, sin esperar a la noche.

🅒: Aprovechar el tiempo para hablar con el porquero.

No quise demorarme más tiempo por el pueblo y retorné a la seguridad del castillo.

Noté un cambio nada más entrar al patio. El trajín de ir y venir de sirvientes, escuderos y guardias se mezclaba con el trasiego de los campesinos dejando montones de sacos con harina, barriles de vino y demás bienes, producto de la cosecha.

Apreté el paso hacia a la cocina, esquivando carretas, caballos y mulas. Allí estaba mi madre, junto a una decena de muchachas recién llegadas para ayudar con la llegada de Guilleuma.

Poco sabía yo acerca de la hermana de mi señor. Ella se había marchado antes que yo y mi familia llegásemos a Peratallada. Así que pregunté a una de sus sirvientas.

—Venimos de visita unos días —me dijo.

La ayudé en el amasado del pan para que me contara más detalles de la señora. Eran frases inconexas entre una conversación trivial.

“Es la más guapa de todo el condado”, “está muy triste por la pérdida de su sobrino”. “Aunque eso la beneficia ya que a Ponç le queda poco”. “Es muy inteligente”. “Quiere mucho a su hermano”. “No le gusta Ermessenda, la ve ambiciosa”.

Fue todo lo que pude recopilar. Mientras pensaba en ello devoré unos higos con pan y miel.

En ese momento la principal sospechosa era la madre de Arnau, pero ¿por qué raptar a su hijo? Habría sido suficiente con asfixiarlo en la cuna. Práctica habitual de muchas madres que no deseaban hijos. Faltaban piezas en el enrejado.

Era pronto para ir a casa del viejo y caminé hacia mi huerto. Allí estaba mi hermana, con un gatito entre los brazos.

—Lo capturé esta mañana —se excusó Karima ante mi mirada inquisidora.

—Aléjalo de mis lechugas —advertí—. Mejor que eso, devuélvelo donde lo cogiste.

—Pero, es muy bonito. Me lo quiero quedar. A su dueño no creo que le importe.

Algo en su voz encendió una alerta en mi mente.

—¿De quién es?

Karima señaló hacia la puerta oeste de la muralla. Salí en busca del dueño y vi a alguien tirado entre las raíces de unos árboles. Era un guardia de Ponç, de pelo negro. Estaba muerto.

Tenía que pensar rápido. Decidí… (en resaltado la opción elegida)
🅐: …examinar el cuerpo para buscar pistas.

🅑: …huir de allí. Ser visto junto al cadáver podría ser peligroso.

🅒: …mejor avisar al señor Ponç primero.

Era peligroso quedarse allí. Podrían implicarme en un asesinato del que no tenía nada que ver.

Debía avisar a mi señor. Ahuyenté a Karima y accedí a las escaleras de la torre principal en busca de Ponç. Cuando llegué a su alcoba, justo en ese momento salía su hermana Guilleuma, cerrando la puerta tras de sí.

—¿Quién eres tú? —preguntó, cortándome el paso.

Sus ojos negros me atravesaron como dos alfileres. Era difícil aguantar esa mirada inquisitiva y no lo hice. Me postré ante ella y balbuceé:

—Khaleb, mi señora.

—Levanta Khaleb. ¿Qué buscas?

—Debo hablar con mi señor.

—Mi hermano no puede hablar contigo ahora mismo. Dímelo a mí —ordenó juntando las manos en su regazo.

Estaba claro que no me dejaría acceder al interior. Quizá mi señor estaba descansando o turbado por los acontecimientos. Decidí confiar en Guilleuma, no había tiempo.

—Encontré un guardia muerto cerca de la muralla oeste. Puede que esté relacionado con el secuestro de Arnau.

Guilleuma ni parpadeó. No mostró sentimiento alguno. Se limitó a contestar en la misma línea.

—¿Cómo sabes que está relacionado? —inquirió clavando sus negros ojos más profundamente. Quedé paralizado por aquella pregunta. No podía contestar porque todo era una suposición basada en un mechón de pelo negro. Así que di marcha atrás en mi afirmación.

—Perdone señora. Pensé que podría estarlo —corregí haciendo el gesto de irme.

—Espera —ordenó—. Te creo Khaled. Enviaré al sargento Mateu con sus guardias para que recojan el cadáver e investiguen el asunto. Ya has hecho bastante, hijo. Retírate.

No me quedó claro si quería que volviera a mis quehaceres o que me retirase de la investigación. Aún así acaté la orden y bajé las escaleras no sin antes mostrar mis respetos ante la señora. Sentía que debía informar a mi señor. Quizá mañana.

Las sombras se alargaban.

A pesar de lo dicho por Guilleuma, yo seguía en la investigación hasta que mi señor me ordenase lo contrario. Pensé en el siguiente paso. (en resaltado la opción elegida)

🅐: Volver al lugar del asesinato por si los guardias pasaban algo por alto.

🅑: Esperar la oportunidad de ver a mi señor cuando Guilleuma salga de la torre.

🅒: Visitar al viejo loco cuando se oculte el Sol.

Confíe en el buen hacer de la señora Guilleuma y esperé a la noche para salir discretamente del castillo.

Después de atravesar varias calles con la sensación de ser observado, llegué a la puerta de la casa.

Estaba abierta. El tintineo de una campanilla colgante anunció mi llegada.

Era pequeña, adosada al muro del pueblo, con el interior desordenado. Un hogar, al fondo, iluminaba con sus llamas el resto de la estancia. Un olor a incienso quemado habitaba junto a una alfombra de esparto raída, una mesa inclinada por la falta de una pata y una silla que había vivido mejores épocas. La habitación tenía una salida a la derecha por una cortina de crines trenzadas.

—Pasa Khaled —me invitó una voz sobria desde el otro lado—. Aquí abajo.

Pasé al cuarto contiguo apartando la cortina y una cabra atada a un gancho de la pared me dio la bienvenida. Aparte del animal, de una trampilla en el suelo y un viejo armario con marcas de haber sido arrastrado, no había nada más.

Bajé por una escala de madera hacia el nivel inferior entrando en un mundo diferente al de la superficie: estanterías llenas de botes de cristal con carteles en hebreo, una mesa llena de tubos y vasijas de vidrio, una especie de alambique que no veía desde Ishbilya, varios pequeños fuegos encendidos calentando tarros de barro y un anciano de mirada luminosa y mandil de cuero que me miraba como si fuera un profesor esperando al alumno.

—Puedes llamarme Bonastruc o Mosé. Mira. —Sacó un libro antiguo.

—Tu hierba loca es utilizada por brujas de gran poder. Con ella se realiza un Filtro de Olvido. La persona que bebe se olvida de todo lo vivido un día antes.

Todo cuadraba.

—Estás en peligro —prosiguió ignorandome—. Demasiadas preguntas te pondrán en la diana de la bruja. Toma este amuleto, te protegerá durante un tiempo.

Me alargó un trozo de madera quemada con forma de doble cruz.

En ese momento se escuchó un tintineo en el piso de arriba.

—Te han seguido. ¡Rápido, huye! Yo les entretendré. —Movió la estantería dejando a la vista un túnel.

No me lo pensé. Al salir me dirigí… (en resaltado la opción elegida)

🅐: …al castillo. Mañana seguiré con las pesquisas.

🅑: …en busca de ayuda.

🅒: …a espiar quién había entrado en la casa.

La curiosidad por saber quién me había seguido fue más fuerte que mi prudencia y, silenciosamente, volví a la calle del viejo. Me agazapé tras una columna y esperé.

No tardé en descubrir a mis perseguidores. Dos guardias armados salieron de casa de Benastruc. Uno de ellos limpiaba la hoja de su espada mientras murmuraban que el trabajo estaba hecho. Sin duda eran los guardias de la señora Guilleuma.

Mi instinto me hizo correr hacia la vivienda del anciano cuando los soldados giraron la esquina.

Entré y, sin pensarlo, me lancé al sótano. Y allí estaba él. Tendido en el suelo, sobre un charco de sangre. Las estanterías estaban ardiendo y el humo amenazaba con secarme los pulmones. Me incliné sobre el cuerpo. ¡Seguía vivo!

—¡Benastruc!

—Hijo —susurró sin apenas fuerzas—. Coge…el…libro. Ponte…a…salvo. Ayúdala…

Y con un último estertor, mi recién amigo, expiró. No tuve tiempo de llorarle, el fuego ya alcanzaba la mesa y pronto la escalera de salida. Agarré el viejo tomo y hui de allí por segunda vez. Sentí cómo mi esperanza moría junto a aquel anciano. Sin duda era un sabio, como los antiguos sabios de mi cultura, aquellos que mejoraron el mundo con sus conocimientos. Pero eran un peligro para los que querían sumirla en la oscuridad de la ignorancia.

En ese momento comprendí el peligro real de mi existencia y la de mi familia. Guilleuma estaba detrás de la muerte del viejo, pero ¿también era responsable del secuestro de Arnau? ¿Estaba compinchada con Ermessenda? O ¿esta última no tenía nada que ver siendo otra víctima? ¿Guilleuma era la bruja poderosa que dijo Mosé?

Y ¿a qué se refería con “ayúdala”? ¿A quién?

La cabeza me daba vueltas y estaba a punto de estallar del dolor. Me deslicé por las callejuelas para no ser visto y regresé al castillo. Necesitaba prepararme una infusión de eneldo para el dolor de cabeza y descansar. Nadie reparó en mí y pude llegar a la cocina desierta a esas horas de la madrugada.

En pocos minutos estaba en la cama, junto a mi familia. Me dormí pensando qué hacer al día siguiente.

(en resaltado la opción elegida)

🅐: Informar a Ponç de todo, urgentemente.

🅑: Poner a salvo a mi familia, antes de nada.

🅒: Buscar en el libro alguna respuesta a mis preguntas.

Desperté sobresaltado con mi hermanita saltando sobre mi vientre. Lo hacía cada mañana. Esa, en concreto, me provocó alegría. Mi familia seguía conmigo. Faltaba poco para la salida del Sol y mi madre Ladda ya estaba preparada para sus quehaceres diarios.

—Madre, tenga mucho cuidado hoy —advertí frotándome los ojos—. Hay una bruja entre nosotros.

—No creo en esas cosas hijo —respondió mientras se colocaba el mandil—. En lo único que creo es en el trabajo duro. Solo así podremos entrar en el reino de Allah.

Era inútil discutir con ella. Levanté la mano para desearle buen día y me excusé diciendo que no me encontraba bien. Necesitaba leer el libro de Mosé para iluminar las sombras que empañaban mi mente.

Era un libro pesado, encuadernado en piel, sin título ni dibujos en la portada. Era un libro de trabajo, manchado y con las hojas apergaminadas por los años. Estaba escrito en hebreo, pero para mi fortuna, tenía traducciones al árabe mediante notas en las márgenes. Era como si el viejo supiera que yo lo acabaría leyendo. Después de varias páginas, descubrí que el libro era un tratado de alquimia, un arte muy antiguo y extendido en mi cultura. Busqué algo relacionado con la hierba loca y, ¡lo encontré!

Leí de una mezcla, en forma de poción, para deshacer los efectos del filtro de olvido. El libro lo llamaba; “Filtro de Memoria”. En ese momento entendí a quién quería que ayudase Benastruc, a Ermessenda. Parecía que ella era la clave.

Hice una lista de los componentes necesarios: Sangre de cabrón, azufre, agua de montaña y hojas de parra. Parecía sencillo. El azufre podría conseguir del orfebre del pueblo. Se usaba para conseguir plata negra. El resto de los ingredientes estaban a mi alcance. La rapidez era fundamental, así que envié a mi hermanita a por el azufre, mientras yo trazaba un plan para poder administrarle la poción a Ermessenda. Decidí lo siguiente: (en resaltado la opción elegida)

🅐: crear una distracción en el patio para poder acceder a la alcoba de mis señores.

🅑: camuflar la poción en el desayuno de la señora.

🅒: esperar escondido en la capilla. La señora nunca falta a sus oraciones.

Con el peligro acechante era más prudente que yo no asomara mucho la cabeza. Esperé a que llegara mi hermana y preparé la fórmula. Aprovechando el color de la mermelada de arándanos, la preferida de la señora, mezclé todo bien. El sabor era fuerte, así que añadí algo de cilantro para rebajarlo.

Solo podía esperar y realicé mis oraciones matutinas.

Las sirvientas subieron el desayuno y los nervios me estaban devorando por dentro a la espera de algún resultado. Una hora después me encontré a una de las chicas.

—Ha pasado algo increíble, Khaled —me dijo—. El señor se encuentra enfermo en cama y la señora ha cambiado radicalmente desde ayer.

—¡Explícate, por Allah!.

—Ha empezado a llamar a su hijo, llorando —relató—, y necesita ayuda. Creo que deberías subir.

—¿Dónde está la señora Guilleuma?

—No la he visto desde ayer.

La dejé con la palabra en la boca y subí todo lo rápido que me permitía mi cojera. Llamé a la puerta, pero abrí sin esperar el permiso.

—¡Señora! Soy Khaled, vengo a ayudarla —me excusé. Algo en sus ojos vidriosos me indicaron que siguiera hablando—. Dígame qué pasó con Arnau, por favor.

—Se lo llevó un guardia —acusó con rabia—. Intenté evitarlo.

—¿El guardia tenía el pelo negro?

—Sí.

—Murió ayer, asesinado.

La señora se estremeció.

—Pero ¿quién ha hecho todo esto?

—Si mi instinto no me engaña, es posible que el guardia también fuera víctima de brujería.

El señor estaba tumbado en la cama, inconsciente, con la respiración entrecortada. Examiné su cuerpo. Estaba ardiendo de fiebre y la piel mostraba un color amarillento. Había que tratarlo pronto o moriría. Era necesario llamar al médico, pero este vivía a varias horas de camino en la Bisbal. Quizá en el libro de Mosé hubiera algún remedio.

—Señora, el señor necesita atención de un físico y yo necesito su ayuda para buscar a Arnau —propuse.

—Lo que haga falta.

No había tiempo que perder. Tanto Ponç como Arnau estaban en el peligro.

Tras mandar a buscar al físico, le propuse el plan a la señora…(en resaltado la opción elegida)

🅐: primero debíamos curar a Ponç. Buscaría en el libro.

🅑: examinar el cuerpo del guardia muerto, en busca de indicios.

🅒: buscar a Guilleuma por el castillo y el pueblo. Tenía preguntas por responder.

Era imperativo salvar a mi señor y me puse manos a la obra. Por los síntomas, parecía una especie de rabia. Me encerré para leer el libro de Mosé. Me estaba familiarizando con aquel manual de alquimia cuanto más lo leía.

No tardé en encontrar un ritual que podría servir para resistir enfermedades. Necesitaba sangre de rata, moho verde, setas, agua y alcohol. Todo fácil de encontrar.

Después de varias horas de estudio le comenté a Ermessenda lo del ritual y aceptó, desesperada. Mi hermana y las sirvientas se encargaron de recoger los ingredientes y yo preparé la cazuela donde lo herviría todo. Era necesario pronunciar ciertas palabras y untar todo el cuerpo con el mejunje resultante, por lo que pedí desalojar la alcoba y quedarme solo con Ponç. Empezaba a sentirme escuchado por la señora, que veía en mí una especie de salvador o ángel de la guarda.

Una vez hice todo lo que indicaba el libro, era cuestión de esperar. Se hizo de noche mientras la señora, yo y el sargento Mateu rezábamos por la curación del barón. Llegó el físico y se escandalizó por lo que se le había hecho al cuerpo. Incluso mencionó la palabra brujería. Tuve una discusión dialéctica con el médico, que no admitía razones, cuando el señor Ponç despertó.

—Khaled, acércate —ordenó con voz apagada. Obedecí y me susurro al oído—. El demonio ha entrado en Peratallada. Busca a la bruja y mátala. Toma, esto te abrirá todas las puertas.

Ponç, con mejor color de piel, me dio un anillo de oro con un rubí engarzado. Era la herencia familiar de los Peratallada. El barón se había salvado, aunque le quedaban días de convalecencia.

Los presentes lo vieron como un milagro y Ermessenda echó al físico de malas maneras. Mateu me hizo una reverencia con la cabeza.

—Tienes mi bendición, Khaled —anunció la señora—. Lo que digas se hará.

Una enorme responsabilidad cayó sobre mí, un simple campesino amante de la naturaleza y ahora de la ciencia. Pero acepté con orgullo y una gran reverencia.

Les expliqué el siguiente paso a realizar…(en resaltado la opción elegida)

🅐: examinar el cuerpo del guardia muerto, en busca de indicios.

🅑: preguntar por el castillo sobre el paradero de Guilleuma.

🅒: interrogar a los guardias por su compañero muerto.

Era noche cerrada.

Había que investigar el cuerpo del guardia muerto en busca de indicios. Necesitaba pruebas para poder tener la certeza de quién era la bruja. Pedía a Mateo que me acompañase al sótano dónde guardaban el cadáver.

Allí estaba, tendido en el suelo y cubierto por una manta. A la luz de varias antorchas comencé la exploración. No había señales de violencia aparentes. Sí que constate una inflamación del cuello y cierto color morado en la piel. Quizá murió asfixiado. Seguí observando el cadáver. Las botas tenían restos de heces de cerdo y le faltaba un mechón de pelo. Estaba claro que ese hombre había raptado a Arnau en su cuna, pero ¿por qué?

Al examinar brazos y piernas descubrí una herida en la pantorrilla derecha, como la picada de un insecto. Alrededor de la herida la piel era negra. No conocía bien los venenos, pero aquello parecía la picadura de una araña o escorpión. No me constaba que hubiera animales venenosos de ese tipo en el Empordà, pero no conocía tan bien la zona para asegurarlo. Podría preguntar en el pueblo. Es posible que el veneno provocara la hinchazón del cuello y la muerte posterior.

Mientras tanto Mateu me miraba con recelo. Yo era consciente de que aquel proceder provocaba sospechas, viniendo de un campesino. Pero no había tiempo para explicaciones, la vida de Arnau estaba en peligro, si no había muerto ya. Así se lo hice entender.

Cuando casi había acabado de inspeccionar el cuerpo descubrí algo más. En un bolsillo oculto de su chaleco había una cruz de madera quemada…  ¡Como la que me dio Benastruc!

No podía creerlo. ¿Aquel guardia también visitó a Mosé?

Cada vez aparecían más preguntas por resolver. Tenía varias líneas de investigación que tendría que abordar al día siguiente… (en resaltado la opción elegida)

🅐: …volver a casa de Mosé en busca de respuestas.

🅑: …preguntar al porquero por la visita del guardia.

🅒: …preguntar al herborista por el veneno.

🅳: …interrogar a los compañeros del guardia.

Había que preguntar a los compañeros del muerto. Por la mañana, Mateu reunió a su pequeña tropa, unos diez guardias, en el patio del castillo. El resto de los sirvientes del señor seguían con sus quehaceres diarios.

Una vez todos dispuestos comencé con las preguntas sobre Pere, tal era el nombre del asesinado.

—¿Alguien estuvo con Pere hace dos noches, cuando desapareció el pequeño Arnau?

Hubo un murmullo general y uno de ellos, el más mayor quizá, contestó.

—Pere no tiene nada que ver con eso. Estamos seguros.

La negación era esperable, así que insistí de otra manera.

—¿Sabéis cómo pudo morir Pere?

—Brujería —contestó el mismo. Varios chicos de la guardia empezaron a mostrar su desagrado con el interrogatorio, sobre todo, por mi presencia. Miré a Mateu rogando por su ayuda.

—Vale, desagradecidos —les escupió—. Vuestro señor quiere respuestas y las quiere ya. ¡Hablad, desgraciados!

Mateu intimidaba con su cara. Veterano de guerra, era capaz de matar a cualquiera sin parpadear. Y los chicos lo sabían.

Unos acusaron a Guilleuma de hechizar a Pere, otros lo negaron y acusaron a Ermessenda.

Se produjo una discusión entre los mismos guardias que derivó en una pelea por todo el patio.

Mateu comenzó a separarlos hasta que sacaron cuchillos y la cosa fue a más. El sargento gritaba que pararan ya y varios sirvientes y gente del pueblo cercana empezó a aglutinarse para ver qué pasaba allí.

Atento a los detalles, descubrí cómo un par de hombres, que vinieron con Guilleuma, se separaron de la pelea y huyeron por la poterna Este. Avisé a Mateu, pero estaba ocupado intentando acabar con aquella trifulca.

Los seguí. Salieron del castillo y se dirigieron al pueblo. Con sigilo fui detrás de ellos hasta un caserón al final de pueblo, donde se metieron. Intenté acercarme hasta una de las ventanas para ver dentro y pude ver a los dos guardias hablando con Guilleuma.

Alguien me tocó el hombro, otro guardia. Tenía que decidir rápido… (en resaltado la opción elegida)

🅐: …darle un golpe por sorpresa y huir.

🅑: …darle una excusa para disimular.

🅒: …enseñarle el anillo de Ponç y exigir obediencia.

No era ningún guerrero y tampoco sabía mentir, así que utilicé el privilegio del anillo.

—Soy enviado del barón —le comuniqué enarbolando la joya—. Sigue tu camino y no me molestes.

El guardia parecía impresionado y hubo un momento de duda en su rostro. Pero, desafortunadamente, no hizo caso. Me agarró por el brazo y, a punta de espada, me llevó al interior de la casa. Nadie nos vio y mi esperanza de escapar se difuminó.

Una vez dentro, Guilleuma me recibió a solas, despidiendo a los guardias, que esperaron en la sala contigua.

—Eres muy insistente, Khaled —manifestó la señora. Sus ojos tenían un brillo extraño que me provocaba escalofríos—. ¿Qué voy a hacer contigo?

—¿Dónde tiene al pequeño Arnau? —demandé con temeridad.

—Ja, ja, ja. ¿Quién te ha dicho que lo tengo yo? —Su risa me provocó aún más escalofríos —. No entiendes nada, Khaled. El tiempo de Ponç se acaba. ¿Qué harás con ese anillo cuando tu señor ya no esté?

No tenía respuesta. ¿A qué se refería con mi señor?  ¿Lo mataría?

—Usted es una bruja. ¿Quiere quedarse el señorío?

—Eres muy inteligente para ser un campesino —admitió—. Vamos a hacer una cosa. Vas a dejar de meterte en mis asuntos. Me cansé de ti. ¡Joan!

Un guardia entró sin demora. Guilleuma hizo una seña y un golpe en mi cabeza lo dejó todo a oscuras.

Desperté en un sótano maloliente, sin ventanas y con una puerta reforzada cerrada. La cabeza me daba vueltas. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que me dejaron inconsciente.  

Miré alrededor y no había gran cosa, unos cuantos toneles que apestaban a vino picado. De un pequeño agujero en la pared apareció un gato negro que, al verme, desapareció de nuevo. Para colmo me habían quitado el anillo. Sentía que moriría allí dentro.

Aporreé la puerta sin éxito. Era recia y difícil de derribar. No sabía qué hacer y el tiempo apremiaba. Si de verdad Guilleuma era la bruja y tenía secuestrado a Arnau, era cuestión de tiempo que le pasara algo al chiquillo. Tenía que hacer algo… (en resaltado la opción elegida)

🅐: …esperar a que alguien abriera para entrar comida e intentar huir.

🅑: …gritar con todas mis fuerzas con la esperanza de que alguien me oyera.

🅒: …capturar al gato y atarle un trozo de mi zaguán a modo de mensaje.

Mi única esperanza radicaba en aquel gato asustadizo. Pero ¿cómo podía cazarlo? En ese momento habría deseado tener la habilidad de Karima, mi hermana, única en ese tipo de trabajo.

La iluminación del sótano venía de una sola vela junto a la puerta, a la que no le quedaba mucha vida.

Rebusqué en mis bolsillos. Aún llevaba el trozo de beleño. Eso me podría servir para atraerlo por su fuerte olor. Moví un par de toneles y me llevé la mano a la nariz al descubrir una rata muerta y en descomposición. Apestaba. Si el gato tenía hambre no le importaría un poco de carne podrida.

Cogí la rata por la cola y la deposité en el fondo de un barril vacío, junto a la hoja de beleño. Luego lo tumbé y pegué la boca a la pared donde se hallaba el agujero. Mi imaginación no daba para más.

Pasaron varias horas mientras yo me colocaba pegado a la pared, con la tapa del tonel en la mano.

Por fin apareció, tímido al principio. Tras unos segundos de duda entró en la bota en dirección a la rata y yo bajé la tapa, cerrando la trampa. Levanté el tonel y esperé unos minutos. Allí estaba, en el fondo, asustado.

Solo me costó un par de arañazos agarrarlo. Rasgué un trozo de mi zaguán y lo até al lomo del animal.

La suerte estaba echada. Tras digerir la rata y mirarme con ojos compasivos, el gato desapareció por la abertura.

Entonces empezó el verdadero tormento. No sé cuánto tiempo pasó, pero me pareció interminable. La vela se consumió y el hambre acuciaba. Nadie entró a darme de comer. Seguramente querían matarme de hambre o de sed. Bebí vino agrio y la cosa fue peor. Un fuerte dolor de panza agravó la situación. No veía nada, ni siquiera mis manos. Me dormí apretando la cruz de Mosé.

Un ruido metálico me despertó. Lucha.

La puerta se abrió inundando de luz el sótano. Me protegí la cara.

Allí estaba Mateu y detrás Karima con un gato negro entre los brazos. Lloré de alegría antes de desmayarme.

Abrí los ojos. Estaba en una cama. Ermessenda, mi madre y Mateu me miraban. Esperaban que les dijera algo. Contesté —Guilleuma es la bruja… (en resaltado la opción elegida)

🅐: …registremos el caserón en busca de pistas.

🅑: …busquémosla con premura.

🅒: …capturemos uno de sus guardias para obligarle a hablar.

Unas nubes negras amenazaban tormenta y la situación en el castillo aquella tarde de verano era de desesperación total. Ponç estaba casi recuperado, Ermessenda se ocupaba de la gestión del señorío y Guilleuma había desaparecido por completo. Todos sus guardias también habían marchado y yo me temía lo peor.

Tras la conversación con ella mi conclusión era que sus intenciones iban más allá de quedarse como señora de Peratallada. Un deseo oculto e inquietante que yo no podía imaginar.  ¿Qué podría querer una bruja?

La gente del pueblo se agolpaba a las puertas del castillo. Todos querían colaborar con el señor, pero ofrecían diferentes versiones y pruebas. Unos decían que Guilleuma marchó al norte, otros al sur, algunos comentaron que seguía en el pueblo en forma de cabra.

Estaba en un callejón sin salida. Recapitulé sobre todas las pruebas: el niño fue raptado por el guardia de pelo negro muerto, todo indica que el mismo guardia administró el filtro de olvido a la señora, pero había visitado a Mosé que le dio el amuleto, por lo que aquel hombre temía algo que lo acabó matando. Supuse que la bruja lo hechizó para cometer el crimen y luego lo mató para evitar que hablara. Lo mismo que hizo con Mosé. ¡Claro! Quería ganar tiempo. ¿Para qué?

También sospechaba que envenenó a Ponç, pero podría haberlo matado. Aunque eso no le daría mucha popularidad de haberse sabido. No, Guilleuma no quería el señorío, sino otra cosa y necesitaba al niño.

Un rayo iluminó la oscura tarde. Comenzó a llover.

De repente se me ocurrió una idea. El niño debería ser amamantado por una nodriza o ama de crianza y Guilleuma no lo era. Solo las mujeres que acaban de tener hijos pueden hacerlo. Esa era una buena línea de investigación porque seguramente la tenía secuestrada también.

¿Adónde podría haber ido la bruja? ¿Tenía otro escondite?

Esa noche era imposible cualquier búsqueda. Al día siguiente empezaría por… (en resaltado la opción elegida)

🅐: …averiguar si alguna mujer recién parida o ama de crianza había desaparecido.

🅑: …preguntar a Ponç por las propiedades de Guilleuma en busca de su escondite.

🅒: …buscar pruebas en el caserón del pueblo.

A la mañana siguiente nos pusimos a buscar por todo el pueblo. Afortunadamente no era un lugar de muchos hogares y en seguida recopilamos la información sobre las mujeres en periodo de lactancia. ¡Suerte!  Una de ellas había desaparecido hacía unos días. Me desplacé a su casa para interrogar a su marido.

Era un hogar humilde, con tres niños, uno de ellos recién nacido. El padre, desesperado, le daba leche de cabra entre llanto y llanto. Joanic se llamaba el hombre.

—Explíqueme cuándo y cómo desapareció su mujer —pregunté.

—Hace tres días. Salió temprano por la mañana, después de darle de mamar a Enric —contestó compungido—. Iba a moler grano al molino del señor, fuera del pueblo.

—¿Qué cree que le ha pasado?

—No lo sé —reconoció con tono triste—. Quizá se cayó al rio o algún bandido se la llevó. Por favor, encuentre a mi Marieta.

Mi corazón se encogió por la súplica. Me despedí de Joanic dándole esperanza y, junto a Mateu y un par de guardias nos dirigimos hacia el molino sin demora.

El edificio era bajo, con una gran rueda hecha de madera que se introducía en el rio.

No había nadie y el acceso al interior se hacía por una puerta baja con cerradura. El molino era propiedad del señor que ofrecía su uso a cambio de una parte de la harina molida.

Entramos y me dispuse a inspeccionar la zona de molienda.  Había signos claro de lucha. También había restos de sangre y huellas de botas, similares a las del guardia muerto. Las seguí hasta el exterior del molino, por la parte de atrás. Desembocaban en un camino, paralelo al rio. Allí encontré marcas de una carreta, bastante pesada a juzgar por la profundidad que dejó la rueda. Era muy posible que cargaran el cuerpo de Marieta. Debíamos seguir las marcas de la carreta antes de que las lluvias difuminaran el rastro.

Aun así, era necesario planificar bien la búsqueda porque aquella carreta podría llevarnos hasta una trampa. Decidí… (en resaltado la opción elegida)

🅐: …informar a Ponç y Ermessenda para organizar un grupo numeroso que siguiera las huellas.

🅑: …que el tiempo era vital. Mateu, yo y los dos guardias éramos suficientes para manejar aquello.

🅒: …mandar a Mateu en busca de ayuda, mientras yo seguía las huellas para explorar hasta donde llegaban.

No había tiempo, así que acordamos seguir las huellas de la carreta hacia el norte junto al rio. Dejamos a la izquierda la parroquia de Sant Esteve, que estaba fuera del pueblo por no se qué razón. Creo que Ponç no se llevaba bien con la Iglesia. Seguimos casi una milla y nos adentramos en un bosque, alejándonos del rio. No era un camino frecuentado pues albergaba mucha vegetación por la falta de uso. Llegó la tarde y las nubes negras volvieron, atenuando la luz natural. Recorrimos una pasaranga (la legua cristiana) y el camino terminó. A un lado estaba la carreta, abandonada. Vacía. Buscamos por todos lados, formando un círculo amplio para buscar huellas, pero lo duro del terreno no lo hacía fácil. Caí en la desazón. Nuestra esperanza de encontrar a Arnau se tornaba imposible.

—¡Por aquí!

El guardia llamó nuestra atención. A lo lejos, entre los árboles, se vislumbraba una edificación, una especie de masía en medio del bosque. Nos dirigimos allí con discreción. Estábamos a tiro de piedra del caserón cuando escuchamos dos silbidos. De repente, uno de los guardias cayó y un virote de ballesta pasó rozando mi cara y clavándose en un tronco. Nos tiramos al suelo.

Mateu me hizo señas de que mantuviera silencio y añadió que el guardia había muerto. Dos ballesteros estaban apostados en las ventanas superiores del caserón, justo por encima de lo que parecía la entrada principal. Reptamos hacia un grueso abedul para protegernos de los disparos. Codo con codo sopesamos las opciones.

—¡Cago en todo! —afirmó Mateu con su habitual lenguaje soez—. ¿Alguna idea?

La tarde se iba oscureciendo. Parecía como si justo encima del caserón las nubes negras se arremolinaran haciéndose más espesas. Era un fenómeno extraño que no auguraba nada bueno. Lo señalé con la mano.

—Brujería. Algo se está gestando en ese caserón. Nada bueno seguro.

—No seas cagalindes. ¡Vamos a por ellos que son lentos recargando!

Había que decidir y rápido… (en resaltado la opción elegida)

🅐: … ¿quién dijo miedo? Seguimos a Mateu corriendo hacia la casa.

🅑: …esperar a que la oscuridad nos amparase para entrar.

🅒: …mandar al guardia a por ayuda mientras vigilábamos

—Tardan quince latidos en recargar los muy bisoños…

Mateu acabó de convencerme. Quizá era mejor no pensar y seguir su instinto. En la batalla primaba la experiencia mucho más que la prudencia.

Nos encomendamos cada uno a su Dios y besamos el tronco del abedul por no sé qué costumbre y, sin pensarlo más, nos lanzamos hacia la puerta. Hubo un par de disparos y Mateu lanzó un grito ahogado. Un virote sobresalía de su muslo izquierdo, pero siguió corriendo.

Justo cuando yo llegaba a la puerta dispararon una segunda andanada errando ambos tiros.

El guardia y Mateu cargaron contra la puerta sin detenerse, echándola abajo. Entré detrás de ellos y hubo gritos y algarabía en la escalera. Solo pude escuchar el entrechocar de aceros y los gritos de agonía de los ballesteros en el piso de arriba. Mateu bajó por la escalera con pierna y espada chorreando sangre. Le apliqué un apósito con lo que había a mano y corrimos por el pasillo. Algo se escuchaba de fondo, una especie de cántico lejano.

La casa tenía un patio interior de grandes dimensiones y a cielo abierto. Desde una balconada pudimos presenciar el conjunto de lo que allí estaba sucediendo.

Seis hombres de armas formaban un círculo en torno a un altar de piedra en el centro del patio, cogidos de la mano. Junto al altar, Guilleuma, con los brazos en alto, cantaba en un idioma desconocido. A su lado, Marieta la nodriza, sostenía al pequeño Arnau en brazos. El niño parecía dormido. El cielo se oscurecía con rapidez y la única iluminación provenía de cuatro antorchas dispuestas en las columnas de la primera planta. Marieta fue la única que reparó en nuestra presencia.

No sabía qué hacer. Deseé con toda mi alma que Mosé hubiera estado allí en ese preciso momento. ¿Cómo se podía detener lo que parecía un aquelarre?

Miré a mis compañeros de aventura cuyos rostros reflejaban sorpresa e impotencia. Debía ser yo quien dirigiera lo que decidí hacer… (en resaltado la opción elegida)

🅐: … cortar el vínculo de energía hiriendo a uno de los guardias.

🅑: … disparar con una ballesta a Guilleuma para acabar con la bruja.

🅒: … hacer señas a Marieta para escapar con el niño.

Yo no era partidario de otorgar muerte, pero no había otra opción. Hice señas a Mateu para que fuera a buscar la ballesta mientras nos ocultábamos detrás de un pilar de la balaustrada.

Fueron unos cuantos latidos de espera. La bruja cesó el cántico y colocó al niño en el altar, sacando una daga del cinto. Mi corazón se aceleró al ver que Mateu no llegaba y Arnau iba a ser sacrificado.

Por fin apareció el sargento y apuntó a la bruja en el preciso momento en que comenzaba a pinchar la blanca piel del niño. El virote atravesó los escasos veinte codos de aire y penetró en el omóplato derecho de Guilleuma, que dejó caer el cuchillo con la punta ensangrentada del fluido vital de Arnau.

Hubo un instante en que todo se paralizó. Guilleuma no se movía y los guardias del círculo despertaban de una especie de trance. Marieta fua la única en reaccionar, agarrando al niño y echando a correr hacia la salida.

En ese momento Guilleuma se levantó, con el brazo derecho inerte, se giró hacia nosotros y señaló con su mano izquierda. Algo en su mirada me produjo un escalofrío. No parecía ella, más bien alguien poseído, endemoniado.

Los guardias desenfundaron y vinieron a por nosotros. Mateu se puso a recargar y el compañero preparó su espada esperando en la puerta la llegada del grupo de asalto.

Todo estaba saliendo mal, excepto que Arnau seguía vivo y camino de la salvación. Mateu recargó y volvió a apuntar a la bruja, que no había estado ociosa. Vi como recogía las gotas de sangre del altar y recubría con ellas su anillo. Dijo algo que no pude descifrar desde tan lejos y, de repente, las antorchas se apagaron. Mateu disparó igualmente, a ciegas.

Sin luz alguna, de fondo se escuchaba una letanía en una lengua extraña. Guilleuma seguía con sus conjuros. Los guardias subían la escalera a tientas y yo agarré a Mateu y avanzamos por el balcón para rodear el patio y buscar la otra escalera. El compañero se quedó para retrasar a los que subían.

Pensé en… (en resaltado la opción elegida)

🅐: … mejor que Mateu saltase y diera muerte a Guilleuma.

🅑: … Arnau estaba a salvo, vayámonos de aquí o podríamos morir.

🅒: … bajar por detrás y capturar viva a Guilleuma, quizá aun podríamos salvar su alma.

Éramos dos cojos a tientas en un balcón. Nada podía salir mal. La única referencia auditiva era la constante letanía que cantaba Guilleuma y la lucha de ciegos en el lado opuesto.

Por fin encontramos la escalera y llegamos al patio. Escuché el suave rechinar de la espada de Mateu desenvainando y una bandada de cuervos que se unió al coro. Agarré la cruz de madera con una mano y la otra la posé en el hombro del sargento que me guio hacia el centro del patio. La bruja debió de escucharnos y de sentir nuestra presencia porque cesó de cantar. Una luz comenzó a emerger de las manos de Guilleuma. Pudimos verla de cerca. Sangraba por ojos, nariz y boca y su rostro había experimentado un cambio. Su piel era negra, arrugada y el pelo blanco plata. Parecía más bien un engendro del demonio. Un cuerpo poseído por el mismísimo Shaitán. Los ojos de aquel demonio se posaron en nosotros. Rezumaban odio y rencor. Mi corazón y mi alma se estremecieron. Noté un leve temblor en Mateu, pero era un hombre valiente. Cargó contra aquel ser con la espada en alto. Guilleuma levantó las manos y una nube negra surgió de sus dedos ardientes que nos envolvió a los dos. No sé por qué motivo la nube en torno a mí se disipó sola, pero no la de Mateu, que cayó inconsciente al suelo.

La bruja me miró y comenzó a cantar otra vez.

Yo estaba paralizado por el miedo. Aquel ser tenía mucho poder. ¿Qué podría hacer yo, un simple campesino?

En ese momento una voz sonó en mi mente. La voz del judío que me instaba a seguir, “el anillo”. Esa palabra resonó con fuerza.

Me armé de valor y avancé hacia ella. La bruja hurgó en mi mente con otro conjuro, pero ahora sé que el talismán de Mosé me protegía.

Agarré el cuchillo ceremonial del suelo y pinché la pierna de Guilleuma para desconcentrarla. Sin parpadear, cogí su mano y le quité el anillo.

Todo cesó. El cuerpo de Guilleuma, inconsciente y con el color normal yacía a mis pies. Localicé a Marieta con Arnau, agazapada tras una columna.

Lo siguiente era… (en resaltado la opción elegida)

🅐: … la noche era cerrada. Mejor esperar al alba atendiendo a los heridos.

🅑: … había que parar la pelea del piso de arriba antes de que hubiera más heridos.

🅒: … era mejor volver al castillo con Arnau y Marieta y volver con ayuda

No me enorgullezco de lo que sucedió a continuación. Pero lo consideré necesario para evitar más derramamiento de sangre.

Las antorchas habían vuelto a la vida tras quitarle el anillo a la bruja. Agarré la cabeza de Guilleuma y le planté el cuchillo en el cuello. Solo quedaba gritar como un poseso. Pronto tuve la atención de los de arriba que, al ver mi amenaza, soltaron las armas.

Todo había acabado.

Pude estabilizar la herida de la pierna de Mateu, pero seguía inconsciente. Muy a mi pesar estaba seguro de que dormiría un largo letargo. Respecto a Guilleuma recuperó el color natural de la cara y despertó a medio camino hacia el castillo. Parecía otra. Intentó explicarme que era inocente. Quizá para evitar la horca.

Era de día cuando llegamos. Y fuimos aclamados por todo el pueblo. La gente se agolpaba en la calle y gritaba de alegría al ver a Arnau vivo. Ermessenda, a la puerta del castillo, se lanzó a los brazos de su pequeño, que la llamaba con voz apagada. Estaba débil. Nada que no se curara con calor, leche materna y cariño. Ponç permanecía sentado en una silla bajada exprofeso por su delicada salud. Me miraba con admiración y orgullo.

Me sentí contento, pero también apenado por las muertes acaecidas en todo ese asunto.

Solo quedaba someter a juicio a Guilleuma. Ponç, un hombre justo, se encargaría del proceso.

Tras abrazar a mi familia y asearme un poco fui llamado por el señor. Requería la versión de los hechos.

Expliqué lo mejor que pude toda mi investigación y cómo llegué a la conclusión de que era su hermana la culpable. Las pruebas eran irrefutables. La única cuestión que quedaba por responder era la verdadera razón por la que Guilleuma secuestró a Arnau para matarlo. Algo que era mejor hablar en privado con ella. Nadie de aquel castillo creería una historia tan fantástica como aquella.

Así pues, quedaban varias cosas por hacer… (en resaltado la opción elegida)

🅐: … interrogar a Guilleuma antes del juicio.

🅑: … asistir como testigo y acusador al juicio por bruja y criminal.

🅒: … estaba cansado. Mejor desentenderme de todo y volver con mi familia y mis quehaceres.

Una única antorcha iluminaba la antesala del calabozo donde estaba retenida Guilleuma. El guardia me saludó y abrió la puerta, franqueándome el paso y cerrándola tras de mí.

Dejé el candil de aceite en el suelo.

—¿Por qué te llevaste a Arnau? —pregunté sin preámbulos.

— Yo no lo hice —se apresuró a contestar—. Fue el Demonio.

Por ese lado era inútil continuar.

—¿Quién te dio el anillo?

— Mi único pecado fue desear el amor de mi hermano. Lo quería y lo quiero con toda mi alma. Podríamos haber sido los señores más poderosos de todo el Empordà. Pero quería casarse con alguien más joven y tener hijos. Porque yo…

El sorprendido era yo. Acababa de descubrir el móvil de todo el asunto. Necesitaba más información. Ella siguió hablando.

—…yo no puedo tener hijos —concluyó sollozando.

—¿Dónde conseguiste el anillo y todo su poder?

—Me lo dio…el mismísimo demonio. Fue él el que orquestó todo, pensando que yo se lo había pedido. No fue así. Me obligó a ponerme el anillo y luego todo son sombras. No me acuerdo de nada.

“Dame el anillo, mortal”. Una voz profunda resonó en las paredes del calabozo. Me estremecí de la cabeza a los pies. La luz del candil menguó, se escuchó el chirriar de la puerta al abrirse y apareció la silueta de un hombre, de pelo negro, con botas. Lo había visto de reojo alguna vez. Sin duda era el porquero.

—Dame el anillo.

Retrocedí mientras Guilleuma se tapaba los oídos. Miré alrededor y localicé unos grilletes. Justo en el momento en que la silueta se hacía más grande me tiré al suelo y rompí el anillo con un grillete.

La imagen se desvaneció, la luz volvió, el cuerpo del porquero cayó al suelo y una sombra abandonó la estancia gritando de forma aguda.

Guilleuma me miró fijamente y agradeció mi acto con un gesto de la cabeza.

El amor de una hermana había provocado el incidente. Lamentablemente, el demonio se llevó su tributo de almas. Ya tenía todas las pruebas para el juicio. El futuro de Guilleuma era esperanzador.

FIN

Soy Khaled ibn Abul de Ishbiliya. Les he narrado los hechos tal y como acontecieron en aquel verano de 1249.

Hoy, a mis 66 años y desde mi residencia en Girona, junto a tantos y célebres alquimistas judíos que me acogieron, os puedo contar qué pasó después.

Tristemente, Ponç murió al año siguiente. Su cuerpo no logró curar del todo. Ermessenda decidió renunciar al señorío por miedo al demonio y se llevó a Arnau a su casa pairal en la Cerdanya. Nada más supe de ellos. Guilleuma heredó finalmente la baronía y se casó con Gilbert de Cruïlles, formando una familia poderosa en la zona. El castillo de Peratallada se renovó y amplió y ahora luce con la grandeza que siempre tuvo.

Mi madre y mi hermana murieron de la peste y las honro cada día con mis rezos, puesto que a ellas les debo la vida.

Mateu despertó días después. Perdió el habla. Mateu “el mudo” murió en la Batalla de Formigues de un disparo de ballesta. La de insultos y arengas que habría dicho de poder hablar.

Y yo…

.. qué decir de mí. Aquel libro que me cedió Mosé me cambió la vida. Recorrí la senda de la alquimia y, aun hoy, sigo siendo un alumno de la cábala. Los judíos me han acogido como si fuera uno de ellos. Me dediqué a estudiar al demonio de Peratallada. Llegué a descubrir que era un demonio menor, llamado el “hombre Negro”, sirviente del poderoso Agaliaretph. Mi vida la he dedicado a combatirlo, pero ya soy anciano y se, que tarde o temprano, mi alma está condenada.

Solo espero lector que recuerdes que no todo se puede justificar en la vida. A veces, tenemos decisiones que tomar y de ello depende toda nuestra vida.

Guilleuma se equivocó, pero…

¿Qué serías tú capaz de hacer por amor?

GRACIAS