La laguna iba engullendo al Sol en el horizonte mientras la tarde avanzaba. Su resplandor sobre la superficie del agua era tan brillante que obligaba a apartar la mirada, como si el astro rey no quisiera que nadie presenciara su partida.

La ligera brisa portaba aromas de romero y tomillo que embargaban los sentidos. 

Padre e hijo observaban la escena con aparente interés desde lo alto de un peñasco, mientras una bandada de garzas elevaba el vuelo con pesadez, dando por finalizada la fructífera jornada.

Una pequeña pentera, cargada hasta arriba de ánforas, llegaba desde el sur para truncar el idílico paisaje. Seguida con mirada vigilante, su lento progresar la dirigía hacia el puerto de Caura, donde desembocaba el río Betsi. 

El lago formado en su boca, antes de llegar al Atlántico, era estacional. En verano y otoño apenas tenía una braza de profundidad, pero la llegada de las lluvias la inundaba lo suficiente como para abrir el comercio marítimo. Aun así, era un tránsito peligroso, por la multitud de bajíos de arena traicioneros. Cientos de años más tarde, formaría la marisma más importante y famosa de la Península Ibérica.

Entonces, pasó algo previsible en esas fechas. El barco experimentó una sacudida, provocada por un arenal sumergido. En cuestión de segundos, volcó hacia estribor, derramando su carga al agua. Un líquido rojo oscuro comenzó a fluir de su costado, como si la nave sangrara de una profunda herida. Los dos únicos testigos, impasibles, presenciaron el tributo de la Diosa Fortuna a la naturaleza. 

Entre gritos y alaridos, incomprensibles a esa distancia, los tripulantes de la nave intentaban ponerse a salvo agarrándose al mástil flotante. El ruido hizo levantar el vuelo a un grupo de grullas, que se alejaron graznando algo parecido a carcajadas. 

El Sol desaparecía en el fondo de la laguna, mientras los dos espectadores ─dos zorzales de vientre moteado─ alzaron el vuelo desde su roca, ajenos al desastre. Aunque, en su inconsciencia, sabían que al día siguiente todo volvería a la normalidad. 

Esa noche faltaría vino en las fiestas dedicadas a Melkart, pero para la Diosa Fortuna era divertido. El Hombre era una de las razas del planeta con las que más se divertía. Y, como siempre, la Diosa Naturaleza tendría que arreglar el entuerto provocado por el capricho de su compañera. 

Todo volvería a su sitio, sólo era cuestión de tiempo.

José Luis Benítez “Cartaginés”


 

 

 

[i] Barco antiguo con una sola vela y de función comercial.

[ii] Antiguo nombre fenicio de Coria del Rio.

[iii] Nombre fenicio para el Guadalquivir.

[iv] Uno de los dioses más importantes del panteón fenicio.